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212 DR. J. M. NUÑEZ PUN'fE Casi todos los grandes, sin exceptuar los santos, se han ofrecido a la historia con ciertas excentricidades y humoris– mos, en los cuales hacen fuerte hincapié los imitadores, y que vistos con la lente corta de nuestra sicología mezquina, parecen resultar puras majaderías. Cuanto a algunos, has– ta santos mismos, podemos decir que ésos son los lados fla– cos de la pobre humanidad: y el instinto de perfeccionamien– to ha podido muy bien cejar por estos lados mínimos. Segu– ramente a causa de tales caprichos era por lo que decía San fuan Crisóstomo que "todo no es igualmente santo en la vi– da de los santos". David se fingió loco para salvarse en la corte de Achis. San Juan de Dios, el fundador de las órde– nes hospitalarias, echábaselas de demente para que se bur– lasen de él. Nuestro Padre San Francisco de Asís se alboro– zaba igual que un niño cuando era presa de alguna emoción de regocijo, y con un pedazo de palo y una regla improvisa– ba un violín, para rimar el concierto que su fantasía le hacía concebir. Santa Teresa se alegraba en los días de fiesta y tocaba un flautín y un tamboril, que aún se conservan como reliquia en Avila. San Felipe Neri cuidaba con cierta espe– cie de amor maniático a una gata vieja con que se distraía. Goethe habla de las "agudezas humorísticas" de este santc ilustre, que era su patrono celeste, y dice: "Neri había con– densado su doctrina en un corto proverbio: despreciar el mun– do, despreciarse a sí mismo, despreciar el desprecio que uno inspira. Y en efecto eso lo decía toqo. Cualquier espíritu hi– pocondríaco se figura que podrá satisfacer a los dos prime ros puntos, pero para someterse al tercero, es necesario estar en el camino de la santidad" (4). Muchas de semejantes ra– rezas y originalidades tienen sin duda un motivo sobrenatu– ral, son ardides de la humildad y de la mortificación de esa,; (4) Goethe, Viaje por Italia.

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