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208 DR. J. M. NUÑEZ PONTE la belleza moral la sublimidad de la vida. La belleza, la fuerza de la vida cristiana, está en el interior. Este sublime ideal no es sólo el más original, sino el más sencillo y acce– sible, y es en esto en lo que es divino. Puede ser realizado por un nmo. La perfección del pensamiento del propio modo que la fuerza no está al alcance de todos. Pero la del amor, que es la santidad, puede alcanzarla un ign'.)rante, un obre– ro, una criada. En el fondo de toda alma humana, hay esa extraña y sublime facultad del dón de sí mismo, del sacrifi– cio, que bajo la acción de la gracia se eleva a alturas infi– nitas y realiza en horas inesperadas misteriosas redencio– nes" (2). Sin pretenderlo acaso, hemos con eso trazado nueva– mente la fotografía moral de aquel hombre perilustre, cris– tiano genuino, paradigma heroico del deber, que fue José Gregario Hernández. El no cesó de pagar la deuda sagra– da del buen ejemplo, ni abandonó el afán de conseguir una mayor perfección espiritual. Cuánto favor hizo por el influ– jo de sus suaves y eficaces maneras, lo dicen todavía innu– merables almas que le recuerdan con el afecto y veneración con que se guarda la memoria de un santo, de sus palabras y consejos, de sus acciones y caridades, pues no economi– zaba momentos para practicar el bien; y aunque presumiera hacerlo en el silencio y sin testigos, incontables veces se le hubo de sorprender por sobre su recato, con gran conten– tamiento de sus admiradores. No obstante su apartada le– janía de todo concurso mundano, que le hacía vivir vida de cartujo, y convertía su casa en rígido asceterio, abstraído deI tumulto, a toda hora debía atender las solicitudes de la mi– seria; mas el tiempo le sobraba siempre para proveer a las (2) Mons. Tissier, Les disciplines du .relévement national.
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