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206 DR. J. M. NUÑEZ PONTE los oradores. Muchos que piensan acertadamente, pero no conocen la doctrina ni la estudian, como lo ha dicho hace poco un ilustre Obispo francés. Muchos que se acercan a los sacramentos, pero no reforman su vida, ni hacen honor a lo que creen. Muchos que hasta se gritan católicos, pero no tienen ayuda ni simpatía para las obras católicas, cuya trascendencia no quieren comprender, y con las cuales se portan como los que representan el culto de las pasiones hu– manas, y hasta peor. La religión bien conocida, bien entendida, bien ejerci– tada, es la primera y más grande fuerza para la humanidad, y aquélla será una nación floreciente y próspera y grande, donde los verdaderos cristianos crezcan y se multipliquen y se afiancen. Con el eminente Prelado, Monseñor Tissier, honor de la Francia contemporánea, a quien acabamos de aludir, vamos a decir lo que se entiende por verdaderos cristianos. "Los verdaderos cristianos son hombres que creen y que traducen sus ideas en virtudes valerosas; no aquéllo::~ cuya floja y estéril vida es un mentís cotidiano a su fe; no aqué– llos que, como ellos mismos dicen, conservan intactos sus principios, pero en la práctica sacrifican ante los ídolos de carne y de plata, se prosternan ante los altares donde domi– nan los dioses del día y rebajan por todas las componendas la santidad del nombre que llevan. "Lo:;; verdaderos cristianos son hombres que se sacrifi– can por sus creencias. La mayoría de nosotros, ¿qué hace– mos, qué sufrimos por nuestras ideas? No me digáis que no hay nada qué hacer, hombres de poca fe. Hasta ahora, ¿de :111r': calvario habéis predicado? ¿En qué cruz habéis sido

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