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' DR. JOSE GREGORlO HERNANDEZ 205, El doctor Hernández fue una figura amable, simpática,. ,:r interesante y valiosa en todos los sentidos, porque permane– ció siendo niño, según las normas evangélicas. Cuando el doctor Rísquez le apellidó el "sabio casi niño", aludía a sus pocos años, pero también hubiera podido referirse a su ca– rácter infantilmente modesto y humilde en medio de su an– cho conocer. Harto discernía él que aun al reino de la cien– cia como al de los cielos hay que allegarse haciéndose niño, como nos lo enseña repetidamente el filósofo Bacon. Nada extraño es, pues, que estuviese bien hallado cual simple alum– no entre los del Colegio Pío de Roma, según afirma el P. Du– buc, o entre los de la Columbian University, al decir de él mismo: "Vivo una vida de estudiante. . . me causa gran placer verme sentado en los bancos universitarios como lo estuve antaño" (]). Durante el último período de su vida, concurría inevita– blemente cada amanecer a la iglesia de La Pastora, y todos se alentaban, se edificaban y conmovían por el ejemplo de su adoración contemplativa, ingenua y tierna como la de un niño, ardorosa y seráfica como la de un ángel. Se necesitan esas almas de niño que lleven la religión a la práctica sin doblez, con toda franqueza y lealtad; cris– tianos ilustrados, obedientes y humildes, pero llenos de va– lor para defender a Jesucristo, como otros Pastor y Justo, para librarle, tal como nuevos Tarsicios, de las profanaciones ene– migas. Hay muchos cristianos que convienen en profesar su fe sólo dentro de las iglesias, asistiendo a procesiones y fiestas, lo cual no compromete, pues a ellas asisten aun los enemigos e indiferentes atraídos por el arte de los adornos externos, de la bien acordada música, de la elocuencia de (1) Carta a la señorita Dolorita Rodríguez Miranda, de New York, 6 oct. 1917.

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