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204 DR. J. M. NUÑEZ PONTE cisamente donde mayor es la amenaza es más meritorio el combate, y con la gracia divina, que señala las fuentes del vigor espiritual y suministra las armas, se sortean entonces los peligros y se adquiere valor para la lucha. El doctor Hernández no abandona el puesto, y la pobrería le ve acu– dir con más diligencia a remediar sus infortunios, a endul– zar sus amarguras, a cicatrizar sus heridas; y la ciencia le ve más dedicado a las faenas profesorales; y la religión le ve con mayor apego a las prácticas de la piedad y la oración; y las almas le ven como un ejemplo más fornecedor y más fecundo para estimularse al bien. Son sus postreros años: el crepúsculo lanza los más radiantes reflejos que dan gran poesía a los cielos y a la tierra mucha luz. El trabajo no le cansa. Su inteligencia está todavía como en ascenso, ro– busta y vibradora. "Los cortos de vista, dice La Bruyére, quiero decir, los espíritus limitados y estrechos en su dimi– nuta esfera, no entienden esa universalidad de talentos que se observa a veces en un mismo sujeto". Podríamos decir que son como las irradiaciones de Dios, chispas de la sabi– duría divina en la mente de sus elegidos. Los hombres del mundo no las comprenden porque son incapaces de conce– birlas; la miseria de su vida interior no les permite explicarse lo que proviene de una riqueza excepcional, la riqueza de aquéllos que saben objetivar sus aspiraciones de sabiduría y ventura, despreciando las vanidades terrenas; la riqueza de los que no hallan en un mundo tan pequeño la satisfac– ción de su ideal cuán grande; la riqueza de las almas de elevada talla que atesoran alegrías y esperanzas inefables, extrañas a las falacias de acá abajo, las que no fructifican sino del lado allá de la muerte, y para aguardar las cua– les sin obstáculo ni sombra, se necesita "aquella inocencia y pureza" de que nos habla la Imitación de Cristo.

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