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DR. JOSE GREGORIO IIERNANDEZ 197 nuestra gallarda juventud estudiantil, siempre noblemente apasionada y movida por la viva gratitud del corazón, des– plegó con ardoroso entusiasmo una interesante, memorable y bella escena, conduciendo al maestro a su Cátedra Uni– versitaria. Entonces se le hubiera podido decir al oído con Sylvain: "El puesto que ocupas es el que te ha sido señalado, es el escogido y preparado por Dios". El doctor Hernández reanudó sus antiguos quehaceres y misiones con la misma puntualidad y decisión, con la misma hidalguía, con la misma caridad, cual si no los hu– biese interrumpido. Fué como un ensanche de trabajo en sus cátedras, como un campo más abierto para los benefi– cios de la profesión, como un compromiso aún más estrecho de su conciencia para con Dios. No descansó en la práctica de las virtudes, ni en la tarea de ilustrar más y más su in– teligencia con las ciencias divinas y humanas, ni en el em– peño de cobrar fuerza muscular para solidar su salud (7). Cuatro años esperó pacientemente, hasta 1913,, cuando por el mes de julio puso en práctica una nueva tentativa de retiro. Acompañado esta vez de su honorable hermana, doña Isolina de Carvallo, se embarcó para Europa, y des– pués de haberse separado de ella en Francia, no sin pasar antes por su Cartuja, dirigióse a Roma, donde ocurrió a las aulas del Pontificio Colegio Pío Latino Americano para cur– sar a perfección el Latín y la Teología, ordenarse y luego tornar al monasterio. "Su proyecto de estudios en Roma me (7) Cultivó la amistad del muy competente profesor español señor Don Mariano Vega, amistad que le sirvió para ensanchar su conoci– miento y práctica del latín; y asimismo se nos ha informado que durante algún tiempo trabajaba largo rato, como si fuese un oficial, en un taller de carpintería, manejando el serrucho, el escoplo, la garlopa y el cepillo
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