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DR. JOSE GREGORIO HERNANDEZ 195 Ah! misteriosas son las sendas del Altísimo, que a veces parecerían alimentar ilusiones. El escollo con que durante la probatura tropieza el Hermano Marcelo y en que ha de estrellarse, no son aquellas temibles asperezas de la más se– vera penitencia, sino precisamente lo más breve y hacedero. Su endeble naturaleza, estropeada por la fatiga mental del largo estudio, y no habituada al contrapeso de los ejercicios físicos, no puede resistir el tiempo ni la tarea asignados al trabajo material. Es éste para él una forma nueva de acción, y por más fuerte que sea su resolución y ahincado su deseo, su funcionalidad nerviosa y motriz no puede coordinarse para producir y sostener el arduo impulso requerido por una labor desacostumbrada. Ya podemos imaginar cuánto e3- fuerzo de voluntad, qué tamaño poder de mortificación traería a cuenta el aspirante Religioso para acomodarse a aquellas normas insólitas y lograr cumplir exactamente su deber. Cuál no sería su pena cuando, al vencimiento del plazo dia– riamente fijado, veíase en el caso de comprobar que la sed anhelante de su corazón no era servida debidamente por las fuentes orgánicas de su actividad! Pues se tiene calculada la cantidad de trabajo que se puede hacer en dos horas, considérase que quienes no ter-– minan la tarea exigida durante ese tiempo no trabajan lo prescrito. El mismo Hernández declaró que todo lo había podido soportar, excepto la dicha faena por debilidad de fuerzas físicas; y en consecuencia, el Superior le manifestó que le habían esperado durante aquellos meses a ver si con– seguía cumplirla, mas viendo que le era imposible, temían se enfermase, por lo que le aconsejaba ingresar en otra Con– gregación. Decía Hernández que aquella poche no le fué posible conciliar el sueño por el hondo sufrir; que sentía su cabeza abrumada por un peso imposible de aguantar y por poco

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