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DR. JOSE GREGORIO HERNANDEZ 1S3 26 de noviembre de 1919. Señor, Nuestro Reverendo Padre General me encarga expresar a usted su religioso pésame y decirle la parte que todos nosotros tomamos en su dolor. Nosotros conservamos del lamentado doctor José Gre– gario Hernández el mejor de los recuerdos. El nos edificó mucho durante los ocho meses, poco más o menos, que con nosotros pasó. Era el hombre de la regla y del deber. Vivía por entero consagrado a sus obligaciones de novicio, y sus compañeros le profesaban sincero afecto. Muy justamente hace usted notar que su muerte cuasi súbita no fué sin embargo una muerte imprevista, porque su vida de piedad, de trabajo y de desasimiento era un apa– rejo continuo para la llamada del buen Maestro. El Hermano de usted abrigaba una ternura completa– mente filial por Su Señoría el Arzobispo de Caracas, de cuya parte estaba por cierto bien retribuído. La carta adjunta lo prueba, por lo cual hemos pensado pueda a usted serle grata. Su Excelencia hasta le había prometido venir aquí, a conferirle los Santos Ordenes, si llegaba a perseverar. Siempre con el intento de proporcionarle a usted un gusto, me permito transcribirle las primeras líneas de una larga carta del Iltmo. Obispo de Mérida. Esas reflexiones, como bien lo verá usted, no son menos encomiásticas que las contenidas en la carta de aquel tan venerado arzobispo: "Testificamos -dice- que desde hace quince años o algo, más, conocimos en Caracas al Dr. José Gregario Hernández, médico muy acreditado por sus conocimientos, por su asi– duidad, y muy particularmente por su espíritu de devoción y frecuencia de sacramentos. Tanto en esta Diócesis de Mé-

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