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DR. JOSE GREGORIO HERNANDEZ 191 El celo en buscar la voluntad de Dios y sólo a ella para irnos en su pos es, con efecto, la mejor muestra de nuestro amor hacia El y la vía segura para conocer sus designios sobre nosotros. Por lo demás, El se digna manifestárnosla siempre de algún modo, "si con vaguedad bastante para qu<:? sea un mérito el descubrirla, con suficiente claridad para que también sea meritorio someterse a ella". Es el dominio de la libertad, que Dios mismo respeta; la libertad, a un tiem– po distintivo glorioso de la criatura inteligente y facultad tremenda, erizada de peligros, pues por ella puede el hom– bre secundar o contrariar el llamamiento divino, seguir o abandonar la línea que le ha sido fijada, atender o sustraerse al fin que la Providencia le ha determinado. Las sendas de Dios son misteriosas e inescrutables. Cómo llama a Samuel en medio de la noche para revelarle sus se– cretos1 ¿Por qué permite a David aglomerar materiales, y no le concede el honor de la fabricación del templo? ¿Para qué da calor a los vehementes anhelos de Antonio de Padua por morir en tierra de mártires, si ha de frustrárselos luego en un instante? Empero, El lo ordena todo según sus juicios a la salvación de sus escogidos, -asienta la Imitación,- y aunque prueba a veces dolorosísimamente a S'-lS almas di– lectas, engrandece a los humildes de espíritu. Diríamos que lleva a la Cartuja de la mano a José Gregario Hernández, como para complacerle un poco, para darle a saborear algc de las dulzuras de aquella santa vida; pero para que com– prenda que no es allí donde El le quiere; no allí donde El le ha sembrado; no allí en donde ha de florecer. ¿Cómo está Hernández, Fray Marcelo -así se le nombra de novicio- en el convento? Allí le encuentra el Pbro. Dr. Manuel Arteaga (6), a quien ya hemos citado, "contento, (6) Este preclaro y piadoso sacerdote es hoy eminentísimo car– denal arzobispo de La Habana.
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