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DR. JOSE GREGORW IIERNAND":Z 185 Desde muy joven, señálase Hernández por sus eleva– dos sentimientos y nobilísima conducta. Diríase que le tras– ciende al rostro, como una luz ideal, el resplandor misterioso de la gracia. Su corazón está colocado muy arriba, como las fuentes de los grandes ríos, en frase de Chateaubriand, se encuentran en las cumbres de los montes que lindan con el cielo. El pertenece a la generación casta y lozana de los que buscan a Dios. La virtud le sirve para todo, y su ado– lescencia es encomiable como dechado en el hablar, en el trato, en la caridad, en la probidad y en la fe (3). Sus obras son hijas de su piedad. La permanencia en Europa, en con– tacto con aquellas corrientes de energía, le realza con más vigor. Acaso ya entonces comenzase a conocer y admirar de más cerca las maravillas de la vida contemplativa y em– pezara a estudiar y calificar, en vista de su porvenir, bs varias Ordenes. Es lo cierto que para 1908, según dijo des– pués, de diez años atrás venía estudiando la Regla de los Cartujos. Cuántas luchas hubo de sostener dentro de su propio pecho para decidirse a abrazarla en medio de una sociedad que le lisonjeaba cubriéndole de aplausos y cari– cias, sólo Dios lo sabe, pero debieron de ser terribles y tor– turantes. El se aconsejaba, sobre todo, con el arzobispo Castro, con el entonces superior de los capuchinos, R. P. Bal– tasar de Lodares, con el piadosísimo canónigo señor Guitián, espíritu de niño, mas de conciencia superior, empapado en la ciencia del cielo y por ello de suma ilustración y acierto en la guía de las almas. Tras prolongadas y serias confe– rencias, el arzobispo, que le había discutido mucho, sometí– dolo a pruebas y héchole atinadas reflexiones, convino en escribir al Reverendo Superior de la Gran Cartuja Francesa, trasladada desde la persecución del gobierno de Combes a un pintoresco, solitario y eminente sitio, denominado Far- (3) S. Pablo l' Timol IV, 12.

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