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184 DI{. J. M. NUl'iEZ PONTE sus discípulos, hará bien en conservar su organismo dispues– to para el ejercicio de las buenas obras. . Es absurdo decir que el cuerpo en sí sea malo. El cuerpo es como un ca– ballo que necesita del caballerizo que le conduzca. El tiene sus instintos naturales que, lejos de ser viciosos de suyo, son, al contrario, buenos y útiles; pero no posee razón, y es al alma a quien toca gobernarlo. Cuando cae, la culpa es achacable a la negligencia del alma. Si el ayuno os hace impropios para el trabajo, vale más viene a obreros de Cristo que sois. Jesucristo no nos aconseja renunciar que comáis como con– No olvidéis nunca que a los bienes de la tie- rra para llevar una vida ociosa, sino para que imitemos a Elías, a Job, a Moisés, quienes juntaban el trabajo a la cas– tidad y a la oración (2) Y no sólo la santidad, mas asimismo las ciencias, las letras, las artes y las industrias cuentan entre los cartujos nombres preclaros por celebradas invenciones, por pacientes labores e insignes bienhechurías a la humanidad; lo cual es fácil comprender, pues muchos de ellos fueron antes hom– bres de distinción en las esferas de la actividad social, que figuraron con brillo por su inteligencia, por sus conocimien– tos, tal vez hasta por su elegancia y renombre en medio de las aristocracias, y persuadidos por la propia experiencia de la enseñanza salomónica vanitas vanitatum. dijéronles adiós al siglo, a sus pompas, a sus mentiras y bagatelas, a cuanto se hace debajo del sol, que no es sino aflicción de espíritu, al infinito número de los necios; y se consagraron en el más hondo retiro del alma a servir a Dios solo en el seno de la verdadera salud. (2) V San Basilio, citado por A. Pellissier en Les grandes Iecons de l' antiquité chrétienne.
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