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DR. JOSE: GREGORIO HERNANDEZ 183 cartujo es sin duda, después del martirio, la más sublime realización de la doctrina del Calvario. A resolución tan heroica no pueden llegar sino muy pocos: se necesita para ello vocación especialísima; pero Dios tiene cuidado de man– tener esta vocación en el seno de su Iglesia. Entre las fuen– tes misteriosas y ocultas de gracia, de expiación y de per– dón que fecundan el campo del Señor, hay que contar esos monasterios en que el cartujo sacrifica todo placer, toda ex– pansión de vida social o de familia, para ofrecerse como ho– locausto en las aras del Dios Vivo y atraer sobre sí y sobre la Iglesia las divinas bendiciones". La Regla le marca a cada monje su porc1on o cantidad de trabajos manuales, de imprescindible observancia; lo cual es sencillamente una necesidad, una imposición higiénica favorable a la vez para el espíritu y para el cuerpo. La vida interior requiere semejante compensación, debe ser modera– da con el prudente ejercicio de la exterior; pues, de lo con– trario, si se la prolonga en demasía, hácese pesada y dañi– na, pudiendo llegar a producir la neurastenia y la extremi– dad de la locura. Apréciese por aquí una vez más la sabi– duría y previsión de la Iglesia y de sus venerables Ordenes. El estatuto del trabajo y los cuidados del cuerpo fueron es– tablecidos por el legislador del monaquismo, San Basilio, de quien se pudiera decir que, al codificar las labores físi– cas en harmonía con la vida claustral, contestaba con siglos a los ignorantes o malintencionados que a más y mejor fa 0 bulizan sobre la pereza y regalo de los monjes. "Ved el ejemplo del Señor y de los Apóstoles, ¿no trabajaron sin ce– sar? Ved a San Pablo, siempre ocupado. . . soportando to– das las pruebas mediante el ardor del espíritu y el vigor del cuerpo. Si hubiera destruído esta fuerza corporal por el ex– ceso de las austeridades, ¿habría podido ganar tantas vic– torias? Así, el que se propone imitar en todo a Jesucristo y

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