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176 DR. J. M. NUÑEZ PONTE Se cree generalmente que no es posible el acuerdo en– tre las ocupaciones y actividad profesional y la vida de ora– cion y meditación; cuando precisamente para ser fecunda, esta actividad trajinosa y fatigante requiere aquella por– ción mejor, que dijo Jesucristo, y es la contemplación, a la manera como el cuerpo necesita del alma, como la palabru ha menester del pensamiento, como el brazo reclama para moverse el concurso de la voluntad. La contemplación no le sustrae nada a nuestro espíritu, antes nos proporciona una fuerza superior de penetración aun en los asuntos humanos, nos habilita para gobernarnos, para dominarnos, nos enseña a vencernos, a desprendernos de cuanto hay de bajo y mezquino en nuestro sér, a buscar el aliento para el trabajo junto al Sol vivificante, que es Je– sús, a ir en pos de EL a participar de El como fuente de la luz, como la luz de la vida, como la vida del alma, en las tinieblas y menguas de la tierra. "La contemplación, ha dicho Ricardo León en su pul– cro estilo, es una fuente de energía, pues el hombre que apa– cienta su espíritu en el silencio y soledad, torna después a las luchas del mundo fortificado, confirmado y pleno, ardien– te el corazón como una centella, duro el cuerpo como una loriga de diamante". La contemplación nos hace conocedores y practicantes de la ciencia de la cruz, nos pone en el dolor una necesi– dad reparadora, nos conserva firmes la inteligencia y el co– razón en las normas augustas del Evangelio, de manera que esta sagrada doctrina viene a ser como el nutrimento sal– vador con que nos consustanciamos. La vida de contemplación nos cautiva, nos arroba, sa– brosa y deleitablemente, en la correspondencia con el divi-

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