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174 DR. J. M. NUÑEZ PONTE flaqueza o fuerza a mi vida; que a todo diré que sí: Vuestra soy, para Vos nací: ¿qué mandáis hacer de mí?". Esta oración, esta unión perenne y amoroso idilio del alma con Dios es lo que constituye la contemplación cristia– na, la cosa más bella, más grande, más dulce y más fácil del mundo, como sienten los que la practican; obligatoria para todos, aunque no en una medida igual o bajo idénti– cas formas, y tan necesaria al cristiano en todas las etapas de la vida espiritual, como la respiración a los seres anima– dos, sean cuales fueren su edad y el lugar que ocupen en el inmenso campo de la vida (18). Hernández nos prueba esto brillantísimamente con su extraordinario temperamento místico. Bastaría recordar la primera página del Ripalda o de otro cualquier catecismo, que nos hiciera considerar este deber elemental de un modo asequible para toda inteligencia, tal como la Iglesia lo pro– pone a nuestro aprendizaje: "Todo fiel cristiano está muy obligado a tener devoción".. "Dios nos ha criado y puesto en el mundo para conocerle, amarle, servirle y de este modo conseguir la vida eterna". En tan sencillas frases se podría decir resúmese el Evangelio entero y la filosofía de la vida cristiana. Profesar devoción, conocer y amar a Dios es inti– mamos con EL como se intiman dos amantes en el más blan– do entretenimiento, en la contemplación; pero no paramos ahí, pues obras son amores. . . debemos servirle con nues– tras obras en su propia Persona y en la del prójimo, y he aquí la acción, que completa la santidad. A esto, decía– mos, está obligado todo cristiano, que es deudor al Señor (18) V. Louismet, Ob. cit.

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