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DR. JOSE GREGORIO HERNANDEZ 173 náis todo vuestro sér de su gracia divina, de su presencia y de su amor, os haréis semejantes a Dios, deiformes" (16). El espíritu de oración que hemos dicho caracterizaba a Hernández no consistía, como acaso algunos crean, en un simple y continuo recitado de palabras, no: era la meditación de las verdades y bondades divinas, el recogimiento dentro de sí mismo para abrazarse y conversar amorosamente con Dios. La oración vocal es buena, pero la mental es superior. Dios hace del alma su templo, su residencia, y el alma escu– cha allí sus oráculos, allí se enardece, se inflama al contac– to del fuego que El le transmite: Concaluit cor meum intra me, dice David, et in meditatione mea exardescet ignis: Infla– mábase mi corazón, y en mi meditación se encendían llamas de fuego ( 17). Es el amor que se propaga a los senos más profundos del corazón, que se apodera de todo él, le alienta para todo: ama et fac quod vis, como dice San Agustín; y le hace poner en Dios el alfa y la omega de su vida, de sus deseos, de sus actos, para que rece con la Iglesia: cuneta nostra oratio et operatio a Te semper incipiat et per Te coep– ta fíniatur: que nuestra oración y nuestros actos empiecen siempre por Tí y por Tí se terminen: o para que se confíe a la divina voluntad cantando con la Santa de Avila la har– monía de aquella glosa que parece música celeste: "Dadme muerte o dadme vida, o salud o enfermedad: honra o deshonra me dad, dadme guerra o paz cumplida, (16) Dom S. Louismet. La contemplalion chrélienne. (17) Salmo XXXVIII, 4.
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