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170 DR. J. M. NUÑEZ PONTE Sigamos, pues, la marcada y no engañosa línea de Her– nández y no nos disculpemos neciamente con no tener tiem– po para orar; hagamos el tiempo; como nos dice Fenelón, "re– servemos ratos en que podamos estar libres y a solas con Dios". Basta quererlo. De lo contrario, podemos darnos por perdidos: nuestra existencia, nuestras obras se empobrecerán y languidecerán por suerte irremediable. Y cuán otramente andaría el mundo si los hombres, cuando más encumbrados, entendieran que para sobrellevar y alig-erar el peso de su carga, les son entonces más premio– sos el ejercicio de la oración y los cuidados de la vida espi– ritual! La oración es como el surtidor de la sabiduría y el conducto de la justicia. "Señor, clamaba Salomón, yo soy como un niño pequeño, que no sabe el modo de conducirse; y sin embargo, Tú me has establecido rey en lugar de mi pa– dre David. Y tu siervo se halla en medio de un pueblo in– finito. Dale, pues, un corazón capaz de aprender, accesible a tu luz y a tu gracia, para que sepa hacer justicia y discernir lo que es bien y lo que es mal". Y dice la Biblia que el Se– ñor se complació en aquella petición, y otorgó al rey un co– razón sabio y de tanta inteligencia que no lo hubo semejan– te antes de él ni lo habrá después (14). Es el espíritu de oración lo que mantiene viva la antor– cha de la fe y de la caridad, que alumbra el sendero ha– cia Dios. Por esto era Hernández hombre de fe tan intensa y su amor a Dios y al prójimo no se apagó ni sufrió eclipse. Y fácil es descubrir por aquí, además de la luz que recibió de sus padres, además de la que él mismo iba atesorando, (14) III Lib. de los Reyes, cap. III.

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