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166 DR. J. M. NUÑEZ PONTE do: "Dios ha introducido al hombre en el mundo para que sea espectador y testigo de El mismo y de sus obras, y no sólo espectador sino intérprete. Es, pues, vergonzoso que se con– tente con comenzar y acabar en los mismos puntos que las bestias, las cuales están desprovistas de razón. . . él no debe detenerse sino donde la naturaleza ha establecido nuestro fin, o sea en la contemplación y la intelección" (6). El deber del hombre es por este respecto obvio; con to– do, él no puede cumplirlo sin una lucha, un combate invisible pero real y serio, sin el ejercicio, la ascesis del espíritu de que resulte vencida la animalidad y asegurada la paz del alma. Aquí encaja la necesidad natural, vital mismo, de la mortifi– cación y del sacrificio; es preciso que muera la parte inferior para que la superior viva, que las tinieblas de la carne den paso a la luz de la razón, que el hielo de los instintos perver– sos se funda al calor de la voluntad: tal es la ley, confirmada a la par por la filosofía y la experiencia, y no en otro sentid0 habla la ciencia por boca de Claudia Bernard: "la vida es la muerte". Pues éste es el propio concepto que nos enseña el catoli– cismo. Por eso nuestra religión, como otra ninguna, ha adhe– rido tanto mérito y dádole empuje tanto a la elevación inte– rior, la cual es, si bien la vemos, amable conjunción de la vi– da religiosa y de la vida sicológica. Jesucristo es el camino del cristiano; camino de salvación que no se encuentra sino con la cruz, en la renuncia de sí propio; renuncia que no se obtiene sino de la gracia y de la luz divinas: Dios haga res– plandecer sobre nosotros el fulgor de su rostro. . . para que conozcamos, oh Señor, en la tierra tu camino (7). San Pablo ha descrito con singular y patente maestría en sus epístolas. (6) Epicteto, Discursos morales, VI. (7) Salmo LXVI, 2 y 3.

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