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DR. JOSE GREGORIO HERNANDEZ 165 autonomía de conciencia, a proporción que agrandan, abun– dan y se robustecen en virtudes: Latiús regnes, avidum do– mando spiritum, (Carmina, II a Salustio) cantaba Horacio, Ellos son las flores más fragantes de su generación, los blaso– nes más lucidos de la humanidad, y muchas veces las fuer– tes columnas sobre las cuales se apoya ésta para realizar y consolidar sus progresos, para defender la justicia, para hacer volver las sociedades por los fueros de la conciencia y del ho– nor, cuando han sido vilipendiados. Por esto dice el libro del Eclesiástico: El alma de un varón santo descubre a veces la verdad mejor que siete centinelas apostados en un lugar al– to para atalayar ( 5). Probemos a delinear esa talla egregia de Hernández, "prototipo de bondad, -dice el doctor Fonseca-, que buscó por todos los rumbos el camino de la perfección, imbuído en el espíritu de sacrificio"; asomémonos a sus adentros, inda– guemos con la mirada, y no tardaremos en descubrir de fren– te aquella figura esbelta, en estado que diríamos de perma– nente espiritualidad, ornado con los arreos de integridad y fortaleza que el divino Espíritu viste a los que concurren a su cenáculo decididos, fieles y constantes. Por experiencia sabemos que la fuerza del carácter, 81 valor moral de un hombre, la alteza de su personalidad, es– tá en relación directa con la copia y pulcritud de su vida in– terior. El hombre se halla situado entre dos solicitaciones o extremos antagónicos: el espíritu y la carne: o tiene que pro– ceder como tal hombre, subir, esto es, vivir de acuerdo con su humanidad, realizar virilmente su destino, desenvolviendo sus propensiones anímicas, o descender, desarrcllar sus ins– tintos inferiores, embrutecerse, dar suelta a la bestia que en él demora. Ya un filósofo pagano se expresaba de este mo- (5) Cap. XXXVII, 18.

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