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164 DR. J. M. NUÑEZ PONTE para solidarlas, embellecerlas y realzarlas. Los privilegios los impulsos, los ardores que distinguen a una rica y feliz naturaleza, no desaparecen bajo la actuación de la gracia, bajo el influjo de este factor y vehículo de santidad: esas dotes persisten, se manifiestan siempre con vigor, y creemos poder decir con más vigor. Porque el fenómeno que sue– len ofrecer consiste en que conducen, gobiernan mejor y aun cambian su dirección y se coloran como el rayo de luz al través del prisma, a medida que el alma se enriquece de favores nuevos; pero estas mutaciones no provienen de un trabajo irreflexivo, sin examen, sino se efectúan merced a una voluntad consciente de sí misma, a una elección delibe– rada, a un arbitrio resuelto en pos de un fin determinado y meritorio. Sin violentar la libertad, sin tocarla, la gracia, la santidad aprovecha, canaliza, ha dicho alguien, y pone en un cauce más luminoso, dirigiéndolos al amor divino, todos los recursos de los dones naturales. Tal puede verificarlo quien se detenga a observar la afabilidad, la cortesía, la sencillez, las jovialidades, el entusiasmo, las audacias, el ascendiente de los varones de Dios, de acuerdo con sus modalidades res– pectivas; en una palabra, esas notas individuales típicas y es– pecíficas, de que en mil casos dan prueba encantadora un Pablo, un Agustín, un Benito, un Francisco de Asís, un Domin– go de Guzmán, un Ignacio de Loyola, una Catalina de Sena, una Juana de Arco, una Teresa de Jesús, un Francisco de Sa– les, un Vicente de Paúl, un La Salle, un Juan Bosco, que a ve– ces hasta intuyen sistemas de política, salvan los destinos de los Estados, y casi siempre son tipos representativos de su país y de su siglo. Ellos no son seres disminuídos, atrofiados en el ingenio, en el saber, ni en ninguno de sus atributos in– natos o adquiridos; por lo contrario, son espíritus francos, abiertos, expeditos, previsores, que crecen y se fortifican más y más en carácter, en sabiduría, en ardimiento, en libertad y