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DR. JOSE GREGORIO HERNANm;z 161 y sus palabras las auras de paz que llevan en la propia con– ciencia; que se imponen a la veneración de los que están más cercanos por sus excelencias ocultas, por su valimiento ante Dios, por la entereza, libertad y clarividencia de ánimo, por sus luces maravillosas para descubrir la ignorancia y perseguir los errores; que han hecho primero la difícil con– quista y gobierno de sí mismos y no temen las enfermeda– des, ni las pruebas, ni las persecuciones, ni las ingratitudes, antes las acogen como el pan de cada día; que progresan sin descanso en la virtud, y a la hora de la muerte aparecen como nimbados, magnificados por una auréola celeste, he– raldo que consagra su definitivo triunfo y victoria acá en la tierra y preludia la victoria y triunfo de lo Alto? Unos y otros son grandes y admirables, y como tales, al resaltar entre sus prójimos, tienen que sufrir, blancos de ti– ros, de dudas, de sospechas, de mofas: porque todo el que descuella, sea a causa del genio o de la santidad, queda por lo mismo necesariamente sometido a la ley de la contradic– ción; y si al fin se hace en su torno la luz, que lo devuelve a su legítimo puesto y le otorga su genuina valía, por el mo– mento se convierte en signo de asombro, hasta de horror y de escándalo para los perezosos y retrógrados que vegetan en la mediocridad y en la rutina. Refiriéndonos a Hernández, cuánto nos holgáramos de poseer una atinada penetración para sondear las honduras de su bello interior! Aunque él habla de "las circunstan– cias que le rodearon en el transcurso de su existencia, las cuales fueron de tal naturaleza que muchas veces le ha– brían hecho imposible la vida" (2); en su exterior, sin em- (2) Elem. de Fil. Prólogo.
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