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154 DR. J. M. NUÑEZ PONTE conducirnos a la Patria. Hernández no nos dijo adiós, ni a su hermana ni a nosoti os; aprovechando quizá el momento que consideró más oportuno, se fugó por decirlo así, de en medio de nosotros; y cuando salí al vagón para seguirlo, ya él se hallaba bien distante y con un pie en el estribo del pri– mer coche que encontró a su alcance. Desde allí, antes de meterse de un todo en el vehículo y como haciendo un es– fuerzo, volvióse para atender a mis instantes llamadas, y con la diestra me hizo un afectuoso y triste ademán de adiós, qu~ mucho me conmovió. Quiso Hernández evitarle a su amoro– sa y buena hermana el trance doloroso de tan terrible des– pedida, que él consideraba tal vez como la última, sin saber que Dios tenía dispuestas las cosas de otro modo". El individuo por sí mismo y para la familia; el individuo y la familia para la patria; el individuo, la familia y la patria para la humanidad; y todos a una en Dios, por Dios y para Dios: tal es la serie y subordinación de nuestros bienes, de nuestros ideales, de los fines de nuestra actividad y de nues– tra dicha, en que consisten la vida y sucesión de los destinos de nuestra inteligencia y de nuestro amor. Ahí está también la escala, el ordenamiento filosófico y cristiano de nuestros ligámenes morales, cuyo olvido sistemá– tico, al acarrear la disminución del vínculo, produce a la pos– tre la disminución moral del hombre. El hombre es uno mis– mo, ya se le considere individuo, ya ciudadano. No hay dos criaturas humanas: es una sola y misma naturaleza, que ora se revela por las acciones privadas, ora generaliza sus efec– tos en la harmonía del mundo social. Así lo piensa Ron– delet (8). (8) Antonin Rondelet: Philosophie des sciences sociales.
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