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DR.. JOSE GREGORIO HERNANDEZ 147 timo maridaje con el culto patriótico, que tiende a plasmar, a desenvolver y a solidar. En el Decálogo, fundamento na– tural y código sagrado de toda religión y sociedad, la pa– tria, la tierra que el Señor Dios confiere a cada cual, apare– ce como el primer galardón y regalo de la Providencia a su criatura predilecta, en recompensa aneja a la observancia de las afinidades de la sangre y de los eslabones abolen– gos. Honra a tu padre y a tu madre, esto es: respeta, ama y venera, no sólo a quienes te han dado el sér, sino a todos tus antepasados, aquéllos en quienes encarna la limpieza de tu estirpe, y cuya vida, en línea de fecundas hazañas, ani– ma tus ideas y tus obras, y forma y dilata la historia de tu parentela y nación; exalta sus trofeos, imita sus ejemplos: para que vivas largo tiempo en la tierra que el Señor te ha de dar, vale decir: para que no se interrumpa la suce– sión de almos hechos insignes que esclarecen y dignifican tu raza, y prometen a su fama y a tu nombre los días cre– cidos y perpetuos de la inmortalidad. Por eso, no sólo los grandes hombres velaron siempre con interés y orgullo por continuar la ilación de los sucesos notables, el patrimonio del valor, los talentos ilustres, las em– presas de ciencia y caridad en que intervinieron o de que dieron muestra sus mayores célebres, por levantar una fa– milia digna que concurriese con proezas nuevas a la glo– rificación de su progenie y al engrandecimiento de la na– cionalidad; sino también los varones humildes, desde la pe– queñez, si oscura, honrada de su cuna, empezaron con el propio fin la hilera de merecimientos llamada a ordenar una aristocracia, cual ninguna otra benéfica para las generacio– nes: la aristocracia de la virtud. El cuidado y la vigilancia de la familia, las ternuras constantes, las tolerancias mutuas que es preciso desplegar
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