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146 DR. J. M. NUÑEZ PONTE tes de sus penas. "Tuve el inefable consuelo de leer su encantadora carta. . . me ha producido una verdadera ple– nitud de paz, y ahora me entrego con más resignación en las manos de Dios. Las enfermedades son la verdadera prueba en la cual se nos demuestra claramente nuestra na– da, lo nada que somos física y moralmente. Esta que yo he tenido . . . ha echado por tierra todos los planes que me había formado, una vez que el doctor que me asiste opina que debo regresar a Caracas, porque según él cree, el in– vierno me sería peligrosísimo. Ya usted se imaginará cómo he recibido esta sentencia" (1). "Recibí su finísima carta ... He estado saboreándola, y no le podría decir bien cuánto me conforta y anima en estos momentos en que necesito for– taleza para emprender de nuevo mi entrada en el mundo, que en esta ocasión abordo con la seguridad de que será hasta el fin de mis días, pues mi salud tan minada no me per– mite hacerme la más ligera ilusión" (2). Por lo que hace a las ligaduras de la familia, constitu– yen una bella y amable connotación, filtro de sabrosísimos consuelos, que coopera al bienestar y tranquilidad común, al predominio y buen nombre de una casa, a la guarda de las prendas y a la perpetuidad de las tradiciones que enal– tecen su ascendencia, exhibiendo de relieve las figuras emi– nentes con que, en el transcurso de los años, ese hogar haya podido enriquecer a la causa de la patria y de la civilización. El culto de la familia pertenece a las vinculaciones pri– merizas del cristiano y del ciudadano, enlazándose en in- (1) Carta a la señorita Dolores Rodríguez Miranda, de Paris, a 27 de mayo de 1914. (2) Carta a la misma señorita, de Parls, a 28 de julio, 1914.
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