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DR. JOSF, GREGORIO HERNANDBZ 135 Así, más recientemente, lo apoya, entre mil otros, el sabio canónigo belga, doctor Dorlodot, director del Institutc Geológico de la Universidad de Lovaina, el cual había re– presentado a su Alma Mater en las fiestas del centenario de Darwin, celebradas en Cambridge el año 1909; y quien ade– más se atreve a avanzar conclusiones que parecerían exa– geradas a favor de la doctrina evolucionista, pero sacando, por supuesto, del alcance de ésta al hombre, cuya creación inmediata por Dios no pone ni podría poner en tela de duda. Permítasenos decir aquí, con todo el respeto que nos mereció su persona, que acaso el señor doctor David Lobo, Presidente de la Academia para el día del fallecimiento de Hernández no conociera los Elementos de Filosofía, que nos han ocupado, pues en su discurso, aunque abundante de elogios, dice rotundamente que Hernández no admitió jamás transacción alguna entre la ciencia moderna y la revelación divina. No fué así por fortuna, y precisa no dejarle arreba– tar a Hernández este timbre: desde 1912, cuando se impri– mió su libro, Hernández se anticipaba a desmentir la impu– tación, "hermanando, ~lo confiesa el propio doctor Lobo-– por modo milagroso, los principios fundamentales de la filo– sofía, con las creencias religiosas y esencialmente espiritua– listas que nutrieron su corazón desde la infancia"; corno se anticipó asimismo con el dicho volumen, evidencia de sere– no equilibrio y de una apostura mental eminente, a cuantos quizá pretenderían considerar de chifladura su conducta posterior. No nos parece por demás transcribir las interesantes pá– ginas en que Hernández explica la susodicha hipótesis evo– lucionista en el sentido aceptable respecto a la formación deI mundo y a las manifestaciones de la vida, poniendo de re– salte su acuerdo con la sublime narración del Génesis.
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