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DR. JOSE GREGORIO IIERNANDEZ 125, del católico, y sus estudios científicos no lastiman ni rozan siquiera a la espiritualidad y delicadeza de su temperamen– to moral. El catolicismo no niega a la inteligencia las osa– días de la investigación; él le da pábulo, le permite explo– rar tierras ignotas, convencido como está de que nada le es hostil en el universo creado. Por eso es una superchería in– vocar aún su antagonismo con la ciencia. Las aproximacio– nes, las afinidades lógicas del espíritu católico y del espíritu científico son a cada día más patentes y estrechas, así en la analogía de sus postulados, como en las símiles disposicio– nes que ambos requieren, como en su significación y valoría, pues uno y otro, apoyándose sobre bases permanentes, si– guiendo idénticos procederes, aunque por diversos caminos, llevan al mismo faro, a la misma concepción de la verdad, que es fija, indivisible, universal y necesaria. El quilate intelectual y científico de Hernández se acen– dra, se embellece, por haber sabido mancomunar tan pode– rosamente su catolicismo cuán ilustrado y severo, y su filo sofía cuán exigente, en el propósito de procurar libre vuelo a la razón, dirigir y suspender las almas jóvenes y magnifi– car con brillo inmancillable el ambiente de la verdad. Her– nández ha demostrado en sí mismo el urgente menester del cultivo útil y práctico de la filosofía para comunicar fuerza y disciplina al espíritu, para obtener la integridad del desen– volvimiento y del equilibrio mental. El ha hecho ver y me– dir la valuación exacta de ella, su derecho a la perennidarl en los estudios, como complemento indispensable y fecundo de la ciencia; comoquiera que las ciencias experimentales, en la presunta aspiración de usurparla el puesto, no han sidc eficaces ni con mucho a reemplazarla. Las ciencias mismas: necesitan de la reacción, del registro supremo y unitario de la Filosofía , de este ojo que abarca totalmente, en su con– junto, en su unidad sintética, el inmenso panorama del pen·