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124 DR. J. M, NUÑEZ PONTE cípulos, en el rincón del presbiterio humildemente pos– trado, en íntimo coloquio con su Dios. En él todo es uno; mas si como sér pensador sabe muy bien lo que le toca a la filosofía y lo que le corresponde a la fe, juntando en un haz todas sus facultades, que tiene siempre en harmonía y equi– librio, pendientes de Dios, en la plenitud de alma que pro– porciona el cumplimiento del deber, al modo de Boecio sién– tese tan filósofo como cristiano, hecho y confortado a la vez por la religión y por la filosofía , las cuales engendran con todos los bienes la santa paz y serenidad interior, necesaria para atravesar risueño y tranquilo por sobre las penas y azares de la existencia. Por lo demás, no presumiendo hacer de su libro un tra– tado didáctico, y dirigiéndose, como en efecto se dirige, a sus compatriotas, lectores cristianos en su casi totalidad, de alma que se conmueve y se apasiona, sin quitarla el puesto y títulos a la razón, podría seguramente, volvemos a citar a Maritain~, "para mejor situar la filosofía en el espíritu de ellos y ayudarles a mantener su pensamiento en la unidad", exhibirse él mismo como ejemplo de esa unidad, acomodán– dose al estilo familiar en la conversación del proemio, y como se ha referido a amor, a gratitud, a moción de sentimientos, decir en el propio sentido que Pasteur: "Mi filosofía procede del corazón, y no del cerebro" (12); ya que a pesar de todo en el cuerpo del texto, para la exposición y demostración de las doctrinas, habrá de ajustarse a un lenguaje y métodos in eprensiblemente técnicos y racionales. Nadie rehusará, pues, reconocer a Hernández las pre– eminencias del saber como de la religiosidad. En él corren a las parejas el ideal del hombre, el ideal del filósofo, el ideal (12) Pasteur, Carta a Sainte-Beuve, 1865.

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