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DR. JOSE GREGORIO HERNANDEZ 121 cia de aquel doble prodigio, que era el doctor Hernández, de austeridad y dulzura, de sabiduría y humildad, de com– placencia para los otros y de mortificación consigo mismo, ante aquel espíritu sobrenaturalizado por el amor divino, y por eso lleno de amor a sus semejantes; repleto de cadencias cuanto de resplandores; tan modulado para los blandos con– centos del arte, como estable para las arduas disquisicio– nes del pensamiento. Refiere San Jerónimo que Orígenes, aquel mancebo que en la flor de sus diez y ocho años era ya un sabio de re– nombre, quien fué el más fulgurante luminar de su centuria y pasmo de los filósofos gentiles, como gran maestro y exé– geta formidable, agrupaba en su torno un concurso increí– ble de oyentes, y por el incentivo de las ciencias humanas, sabía atraerlos a la de la religión. Igual pudiéramos decir de Hernández; pero atendiendo a los prejuicios de este tiempo y de este medio, vamos r:r concluir por el lado opuesto, es a saber: que no obstante su filosofía cristiana, no obstante su catolicismo íntegro e inne– gable, fué un gran sabio, sabio de su época, no retardata, rio, antes de vanguardia en las falanjes del progreso cien– tífico, reconocido, admirado y aclamado como tal juntamen– te por tirios y troyanos, por los extraños como por los suyos, todos los cuales hubieron de rendir parias, de grado o de fuerza, a su talento colosal y triunfador. A la manera como la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona superiorizando al hombre en el cris– tiano, así la fe no encadena a la razón, no la obscurece, antes bien acelera, aviva su lumbre, prolongando sus irra– diaciones hacia el infinito, acercándola, como sumergiéndola

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