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120 DR. J. M. NUÑEZ PONTE tencia completa, absoluta y ordenada de las facultades es– téticas, en la comprensión y realización de la belleza" (8). Había seguido lecciones de canto con el afamado maes– tro Antón, y de muy joven, los ratos que le podía dejar libres la labor del colegio y luego la universitaria, los empleaba cumplidamente sentado al piano, en cuya ejecución pudo sobresalir: ". . sus recreaciones favoritas, dice el doctor Vi– llegas Ruiz, consistían en el estudio del piano, instrumento que llegó casi a dominar con arte y gusto exquisitos, y en su intimidad con autores muy dilectos" (9). Años adelante, imbuído en lo que él creía ser su voca– ción, apercibiéndose para los oficios claustrales, se le ve en– tregar sus solaces a las nobles inspiraciones de la música re ligiosa y a continuos ensayos de canto llano en tonos de sal– mos, himnos y lecciones; a esa música y a esos cantos, tra– sunto de las melodías del Paraíso, tan perfectamente ade– cuados a la alta y austera índole de la religión, a la magni– ficencia de su culto, a los estados del alma, en la cual des– piertan como un vago sentimiento del infinito; música y can– tos de deleite fascinador y enajenante, "que alcanzan el su– premo esplendor de la belleza", que hace suspirar al cora– zón agitándole con una emoción indefinible, extraña a los con– ciertos profanos; música y cantos, que nos transportan, por la harmonía de la fe, a las célicas regiones donde habita el Sér Adorable hacia Quien se exhala, en acordes miríficos, la gratitud de las criaturas. Un discípulo nuestro, el joven pia– nista Juan Vicente Lecuna, que le acompañaba en estos ejer– cicios, no salía de su asombro al referirnos las imponentes emociones que alternativamente experimentaba en presen- (8) V. Elementos de Filosofía, Trat. III, caps. I y 11. (9) Los meses de 1917 que pasó en Madrid, los ocupó íntegros en la lectura de escogidos autores modernos.

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