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110 DR..f. 2\1. NlTÑEZ PONTE tido en desempeñar funciones elevadas, gozando por ende una inmerecida, usurpada reputación, una notoriedad de su– perficie, una fachada que quizás pudiera llegar hasta cons– tituír un insulto a la moral pública y medio eficaz para de– pravarla. Haciendo, por supuesto, las reservas y disculpas justificables en un medio impropicio, donde las convenciones sociales eligen a su modo sus propias barreras y normas de igualdad, limitándolas a veces por el grado de riqueza o dG iuerza, por la herencia del nombre, por los atractivos per– sonales, por la audacia de los triunfos fáciles, etc., apunte– mos cómo son contadísimas las figuras completas, acabadas, que hemos podido inscribir en el elenco de las actividades humanas; y esas pocas bien provistas, se deben a sí mismas, se han moldeado al propio esfuerzo, según la virtud y recta ambición personal, luchando contra una corriente feroz, so– brepujando al ambiente mezquino y adverso, por merced d2 una severa y acrisolada voluntad. A este grupo selecto y benemérito, de valores auténticos, de los que tienen en vista un ideal, hacia el cual convergen todos los poderes de su espíritu y todas las energías de su existencia, pertenece el doctor José Gregario Hernández. Ya hemos dicho cómo se esmeró él por adquirir un conocimiento extenso y profundo de su religión "Sintió que el deber de toda su vida de hombre inteligente ~dijo Monseñor Nava– rro ante su tumba~ era estudiar la verdad cristiana bajo sus diversos aspectos para pagarle el tributo de la razón so– metida y respetuosa. Por eso gustó tanto de instruirse en todas las grandes cuestiones de la ciencia religiosa. Por eso tuvo, sobre todo, una predilección especial por la Sagra– da Escritura, cuyas páginas saboreaba con deleite y en cuyos pasajes hallaba, meditándolos con notable lucidez de inter– pretación, el más sustancioso alimento de su vida interior".

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