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gusto de las faltas, no tanto por ser ofensas de Dios, cuanta porque son debilidad y miseria suya. Es menes– ter que aprendas a arrepentirte y corregirte sin perder la paz; porque la turbación es siempre un nuevo manan– tial de otros mayores defectos. Por esto debernos guardarnos también de ciertos escrúpulos y angustias espirituales, que son efectos de un espíritu vano y pres1.1ntuoso, que no conoce su bajeza y presume de sí mismo, La humildad cierra la puerta a los escrúpulos, pone la conciencia a salvo y mantiene el alma en paz. Los santos, que eran verdaderamente humildes, hadan mucha cuenta de lo que parecía poco, pero no andaban con escrúpulos. Todos los pensamientos que nos traen inquietud y agitación de espíritu, no provienen de Dios, que es el Príncipe de la Paz, sino que son tenta· ciones del príncipe de las tinieblas, y por esto conviene arrojarlos de sf. El Religioso que se muestra turbado, con semblante de melancolía, deshonra a Dios, dando a entender que es un mal amo o Señor en cuyo servicio no se puede vivir consolado; escandaliza al prójimo, pues le da ocasión de formar juicios varios en orden a su mal– humor; es pesado a los Superiores, pena y fastidio a los iguales, insoportable a todos. No se sabe cómo llegarse a él: si se va por caridad a entretenerle conversando, luego exaspera la conversación con sus inconvenien– cias. Si lo dejamos con cautela, cree que no se le estima y lo desdefiamos. El se hace odioso y molesto aun a sí mismo: con su tristeza se abrevia la vida del cuerpo, y pone en peligro la del alma, pues se expone a quedar engafiado facilfsimamente por el demonio, el

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