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226 MEDITACION III Sobre la eiección de las dos eternidades. Figúrate que te hallas en una gran planicie sólo con el Angel de la Guarda, que te invita a dar dos miradas: la una hacia arriba, a la ciudad de los bienaventurados, que es el Paraíso; y la otra, abajo, a la prisión de los réprobos condenados, que es el infierno. Abierto está el Paraíso con todos aquellos goces incomparables, que pueden hacer feliz un corazón humano; y abierto está también el infierno con todos aquellos atroces tormen– tos, que más pueden afligir los sentidos de un cuerpo y las potencias de un alma; trae a la memoria lo que has considerado en la meditación del infierno y lo que has ponderado en la del Paraíso, acordándote que en el uno y en el otro de estos dos lugares está la eternidad, que dura siempre, y jamás tendrá fin. Imagínate, pues, que estás en medio de uno y otro lugar, y que el uno o el otro debe infaliblemente tocarte muy presto; y sólo aquel te tocará que ahora más te plazca escoger, por– que ninguno entrará en el Paraíso ni en el infierno sino el que quiere. ¿Qué dices a todo esto? La elección te toca a ti ahora, y debes saber que, conforme se hace en este mundo, no admitirá después arrepentimiento, ni podrá mudarse jamás, sino que durará eternamente. Mira en la puerta del infierno al demonio, el cual, no pudiendo arrojarte por fuerza en aquel abismo, te lison– jea y te tienta por todos caminos, para que por tu propio impulso en él te precipites. El no pretende de ti que seas apóstata de la Orden, ni que te vayas entre los

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