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223 .fariseo en acusar a los otros, para tener de qué ala– barse a sí mismo: No soy como los demás hom– bres (1). Tal y cual son relajados, yo soy un Religioso de observancia y de espíritu. El verdadero celo con– dena primero en sí mismo aquello que conoce digno de ser condenado en los otros; y está dispuesto a recibir la reprensión con la misma modestia que exige en los que él reprende. El verdadero celo es dulce, suave, com– pasivo, no animado de otro motivo que de sola c~ridad; y teniendo un corazón de juez para proceder contra sí mismo con rigor y severidad, tiene para el prójimo un afecto y ternura de padre. Sea tal nuestro celo, que no merezcamos la sentencia de Santiago: Si te– néis un celo amargo, esa sabiduría no es la que desciende de arriba, sino más bien una sabiduría terrena, animal y diabólica (2). ,MEDITACION ,'.II Sobre la gloria del Paraíso. PUNTO I Elévate en espíritu a lo más alto de los cielos, entra en aquel palacio de gloria, y considera la vida felicí– sima que hacen allí los santos. ¿Sabes qué lugar es (I) Non swm, sici.,t caeferi hom.ines. (Luc., 18-xr.) (2) Si zehim amcwiim habetis... non est ista. sd!P'ientia de s1wsmn descendens; sed te1'rena, anima,lis, diabolica. (J acob, 3-r4)

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