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222 de los otros No seamos tan fáciles en maravillarnos y escandalizarnos de todo. Los amadores de tu ley gosan de mucha pa;t,• o no hallan tropieso al– guno (1). Desear que todos sean muy espirituales, et. bueno¡ pero pretender que todos vayan por el camino por el que nos ha conducido nuestro espíritu y nuestro genio, esto es indiscreción. Empléese todo espíritu en alabar a Dios (2). Encomendemos nuestros her• manos a Dios, y procuremos darles buen ejemplo y haremos bastante. Si queremos tener celo, como de hecho estamos obli· gados, antes de ejercitarlo examinémonos seriamente a nosotros mismos, si nuestro celo es verdadero o falso. El verdadero celo es moderado por la razón, primero io piensa y después obra; el falso procede de la pasión, que es arrebatada y ciega; y es de advertir esta suti– leza de la pasión para insinuarse con destreza, y que jamás tan inicuamente se manifiesta, como cuando se disfraza con la especiosa apariencia del celo; porque así halla motivo de justificar la malicia con el título de una religiosa virtud, y hace mucho mal bajo pretexto de buscar el bien; hiere queriendo curar, y pasa a zaherir la persona haciendo ver que sólo va contra el vicio. El verdadero celo ha de ser como lo quería san Pablo: Según ciencia (3), pesado y ponderado con prudencia, y mucho más con humildad: El falso lleva consigo secretamente el orgullo, se complace con el (1) Pa:i; 1111tlta diligeJitibus legem tuam; et non est illis scandalum. (Psalm. u8-165.) (z) Om11is spiritus laitdet Doini1mm. (Psalm._ 150-6.) (3) Sec1mdum scientiam. (Rom., 10-2.)

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