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Corazón. Considérale así puesto en cruz llaga•do de pies a cabeza, descarnado y atormentado en todos los miembros, junturas y venas de su sacratísimo cuerpo, sin algún refrigerio o consuelo, y dile: ¡Oh victima de amor y de paciencia! ¡Oh sacrificio de misericordia y de justicia! ¿Quién os ha reducido a un tan deplorable estado? En !os tres clavos que os traspasan, yo reconozco la inobservancia de mis tres votos. Sí, yo soy la c1rnsa de vuestros espasmos, yo el desgraciado que os ha clavado en cruz. ¡Qué confusión para mí, no poderos contemplar sin reconocerme vues– tro verdugo! Pero ¿qué dureza esta mía de miraros, y no sentir en mí afecto alguno de compasión o compun– ción? ¡Oh Dios! ¿Tener un corazón tan tierno para compadecerme a mí mismo en cualquier mal, por pe– quefio que sea, y un corazón tan duro, que no sabe compadecer a mi Jesús crucificado? Virgen dolorosa, prestadme vuestro corazón para compadecer a Jesucristo en sus penas. Eterno Padre, dadme espíritu de compunción para dolerme de mis pecados. Yo os pido esta gracia por los méritos de vues– tro Hijo crucificado, y sé que no la merezco; pero Vos me la debéis conceder, porque Jesús la ha merecido. Ponte ahora en parangón con Jesucristo, y observa la extrema diversidad: El padece tanto, aunque inocente, y tú que has cometido tantos pecados, muestras tanta delicadeza en buscar todas las comodidades para tu satisfacción, y tienes tanto temor de que padezca fo cuerpo. ¡Oh!, si entre ti y El no hay alguna conformidad, ¿cómo podrás esperar la salvación? Resuelve querer de veras atender a la mortificación.

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