BCCCAP00000000000000000000946

199 Esto supuesto, consideremos: si un avaro por cada Misa ofda pudiese ganar mil escudos, cuántas Misas procuraría oír cada día. Si un ambicioso, haciendo tantos actos de virtud, pudiese llegar a Obispo, y haciendo otros tantos pudiese llegar a Papa; con qué gusto se daría al ejercicio de las virtudes. Ahora, pues, cuanto más virtuosamente obramos nosotros, es cer• tísimo que nos hacemos tanto más ricos y más grandes en el Reino de los Cielos. ¿Por qué, pues, si tan acti– vos e incansables nos mostraríamos para complacer nuestros humanos apetitos de vanidad, no seremos tales para mucho más, por un verdadero amor a nosotros mismos, para acumular, con la continuación de las buenas obras, los bienes eternos e inmensos? · Esta máxima del Espíritu Santo vale más que todo el oro del mundo: Sé solícito en hacer todo el bien que te fuere posible (1); porque si dejas de hacerlo, tiempo vendrá en que desearás haberlo obrado; pero entonces será infructuoso tu deseo. Es verdad que entre nosotros se gana mucho con los religiosos ejer– cicios de la vida común; pero habiendo en ella ordina– riamente todos los días algún tiempo a nuestra libre disposición, ¿cuántas veces empleamos ese tiempo en cosas frívolas, siendo así que nos podríamos ocupar en oír una Misa más, o aplicarnos a otras obras virtuosas y meritorias? Cuántas veces se abandonan las coyun– turas de hacer el bien, por cierto afán que se tiene de. cumplir con el propio oficio, pero tal precisión no (I) Q1todcninq11e potest face1·e 111a-nus tita, instanter ope– rare, (Eccles., 9-10.)

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz