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os glorifique, y no me desvanezca, que me haga cono– cer quién sois Vos, y quién soy yo. El más noble sacrificio que Jesucristo haya hecho para glorificar el Eterno Padre fué aquel, mediante el cual le ofreció en el huerto su voluntad con perfectí· sima sumisión. Por tanto, uno ahora mi voluntad con la de Jesucristo, y totalmente la consagro en holocausto a Dios, venga lo que viniere contra mi gusto. No se haga, Señor, mi voluntad, sino la vuestra (1). Si yo con mis fuerzas pudiese hacer un acto de con– trición, podría también con mis fuerzas borrar todos mis pecados, y merecer el Paraíso; pero esto es impo– sible, y me alegro por ello: porque del perdón de mis pecados, y de mi eterna salud, quiero quedar obligado sólo a la caridad de mi amabilísimo Salvador. Eterno Padre, yo os ofrezco en satisfacción de mis pecados aquella contrición amargadísima, que por los pecados míos tuvo Jesucristo en el huerto. Me guardaré de censurar o burlarme de alguno, y si yo fuere objeto de burla o de censura, aunque más des– preciado sea, me acordaré de los insultos que recibió Jesucristo en su Pasión. El calló y lo sufrió todo con paciencia; ¿será más delicado el siervo, que el Señor? Considerando a Jesucristo que calla entre las mayo– res ignominias, me parece que a su imitación s1.driría yo también resignadamente con la gracia divina, el ser calumniado y maltratado; pero esta, no es gracia para mí, sino para los santos. Lo imitaré, pues, en las pequeñas ocasiones, que son frecuentes, sin pararme en otros pensamientos. (I) Non, mea voluntas, S;ed tua fiiat. (Luc., 22-42.)
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