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Comienza a sospechar Pilatos que Jesús sea más que un hombre ordinario, y teme con razón. A tra– vés de su humanidad deja entrever los rayos de su divinidad, algo de los esplendores de la gloria. «Yo no hallo en este hombre causa alguna de muerte.» Semejante bofetada hería en lo más vivo a los fariseos y.sanedritas; lo que los alborotó, y comen– zaron a gritar, acusando a Jesús en mil puntos, que no pudieron comprobar; y sobre las acusaciones pusieron la calumnia. Es el arma de que echa mano siempre la envidia. Es el arma de los corazones ruines. Cierto; en Jesús tan sólo veían aquellos hombres un enemigo, y por lo mismo, para condenarlo, no se fijaban en razones de ninguna clase. La pasión los cegaba, y no era posible ver. No querían ver.... Pilatos, por lo mismo que era imparcial en el asunto, trataba de ver con toda claridad. Y vió que era inocente Jesús. Pero, por más que se esforzó en hacer palpable esta inocencia, en manera alguna pudo conseguirlo. El pueblo estaba dominado por los grandes de la nación, y era inútil hablarle; nada conseguiría. Al contrario, como la fiera que se irrita más cuanto más se la castiga, así obraba el pueblo judío en aquella ocasión. Grita como un frenético; mano– tea como un loco; echa espumarajos por la boca como un furioso. La borrachera del odio lo ha cegado por com– pleto; es un beodo sin sentido; está por completo privado de la razón. , ¿Qué hacer? ¿Qué partido tomará Pilatos? ¿De– jará el asunto en manos de los grandes de la na- 78
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