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cruz, como si su sola presencia los irritase, contra Él levantan sus voces, contra Él levantan sus manos crispadas, para insultarlo, para burlarse, para gri– tar, para ensañarse en la Víctima. Todo el odio, todo el rencor acumulado en sus corazones, represado durante tres años, ahora ex– plota, como si fuera un volcán ardiente. :Explotó ante el Gobernador romano, cuando gritaron, hasta enronquecer, pidiendo la muerte del Justo; y ahora explota de nuevo en todo el monte del sacrificio. Jesús permanece callado en la cruz, como lo ha estado durante todo el proceso. Su rostro está lívido y acardenalado; sus ojos dirigen miradas lánguidas en derredor, y tan sólo se encuentra con las miradas furibundas de sus enemigos. Sus oídos escuchan de continuo gritos de rabia, de furor, pa– labras sarcásticas que abofetean su alma delicada y sensible. Como punzantes espinas de acero van a clavarse en su espíritu atribulado todos aquellos sarcasmos, y apura las amargas hieles que le propinan en con– fusa gritería sus enemigos. En la Pasión de Cristo, ha dicho Bossuet, se nota una mezcla tan extraña de crueldades y burlas, que no es posible saber cuál domina, y a veces los sarcasmos lo dominan todo, lo invaden todo. No parece, añade en otro lµgar, que fué elevado sobre aquel infame madero sino para alcanzar a mirar de más alto a una muchedumbre de gente que sacia sus ojos con el espectáculo de aquella agonía. Y es que, habiendo terminado el poder del ene– migo con la crucifixión del cuerpo, entonces se in– terna en los dominios del alma; y cuando ya nada puede hacer con los tormentos materiales, porque 133

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