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en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.» El Cirineo la tomó y siguió a Jesús. La cruz había ya perdido toda su aspereza. Era el árbol duro y seco que reverdecía con el contac:to de Je– sús; era el árbol que comenzaba a dar frutos co– piosos de bendición. No en vano dijo Cristo en los días de su apos– tolado: «Venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y con cargas, que yo os aliviaré. To– mad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Porque mi yugo es suave, y ligero el peso mío.» Bien comprendió por propia experiencia la verdad de estas palabras el piadoso Cirineo al cargar con la cruz de Cristo; y lo que en un principio le pare– ció repugnante e ignominioso, después constituyó su mayor gloria, su honra y su felicidad. Ser compañero de Cristo camino del Calvario, ¿qué mayor honra? Llevar con el la cruz de los sufrimientos, de los dolores, de las contrariedades, nada más digno para un discípulo de Jesús. Porque hemos de tener en cuenta que no terminan aquí los trabajos; ellos se convertirán con el tiempo en pu– ras y santas alegrías, en dulces satisfacciones. 112

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