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asunto, y protestase no querer manchar sus manos con la sangre del Justo, aquella muchedumbre, fuera de sí, volvió a gritar con más fuerza: «Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nues– tros hiios.» ¿Se .dieron cuenta de lo que pedían? ¿Compren– dieron todo el alcance de sus palabras? Seguramente que no. Lo cierto es que la sangre del Justo cayó sobre ellos, como lo habían pedido. Cayó para su con– denación y para su juicio eterno. 96

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