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SANTA MARGARITA DE cci1hoNA 151 labios ensahgrentadós para preguntarlá : «¿ Qué q1fie.;. res, mi pobre pecadora?» Margarita no acertó a decir más que esto : «Sei'íbr · Jesús : no qúieí:o más que á Vos, ho buscó más que a Vos.» 1 * * * U ná vida de sacrificios y <:le perlitenéias horróro"– sas fué el medió de que Mátgarifa se sirvió patá borrar sus pasadas culpas. Sé retiró a la soledad dé una cueva y allí esperó lá llegádá del Celestial Esposó. Toda su riqueza consistía en un crucifijo y unos ·sar"'. · mientos que lé servían de ¿abezal. Un día fa encon– traron muerta con el crucifijo· entre las manos y los ojos clavados en el cielo. Margarita, la de los ojos negros como endrinas, la de los 1 cábeÚós rubios como el oro, inórfa regene– rada en una humilde choza, éubiefüi eón él hufüiltle · hábito franciscano. La lúchá de otros tiempos hábfa tenido su defini– tiva victoria : la gracia de Dios había triunfado de las promesas banales de los hombres. Toda la ciudad de Cortona lloró a la arrepentida pecadora y la acom– pañó hasta su última morada. No se habló ya de sus marchitas hermosuras, ni de sus encantos pretéritos, ni de sus placeres terminados ; sólo se escuchaba en todos los labios el relato trágico de la conversión y el recuento de las enormes penitencias. Margarita había

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