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SANiA ROSA DE VITERBO 129 -Tu,tía acaba de morir~fué la triste respuesta. Rosa se estremeció al oír hablar de la muerte. Eta !a primera vez que la iba a ver de cerca, en su misma casa. Como pudo consoló a su madre, y en lo más ín– timo de su corazón pidió a Dios remedio para aqüella {1 ' ' enorme desgracia. · Llegada la hora del entierro, Rosa, sin que sus padres lo advirtiesen, se mezcló entre la multitud y si– guió muy de cerca al fúnebre cortejo. Los gritos de an– gustia de sus padres, los llantos de las plafiideras y las voces graves de los mü1istros de la Iglesia la oprimían el corazón. Llegaron al cementerio y, cuando se dispo– nían los enterradores a encerrar en la fosa el cu~rpo muerto de su tía, Rosa se adelantó, tocó el féretro y dijo en voz alta: «Tía, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, levántate.>> En el féretro se sintió un movimiento extraño ; la que estaba mtterta abrió los ojos, se sentó y comenzó a alabar en voz alta al Sefíor, q1:1e, por mediación de su sobrina, le había devuelto la vida. En casa de sus padres, Rosa se iba dando cuenta delo que era la pobreza y la necesidad; El pobre ves– tido y el menguado alimento le daban una lección, que ella, a sus cuatro años, no dejaba de aprender. Si ella estaba necesitada también lo estaban. otfos muchos po– bres que llamaban a su puerta en demanda de un men– drugo de pan. La carida.d para con los neéesifadbs flo– reció en su corazón como en el más hermoso jardín. 9
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