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126 ESTRELLAS EN EL CIELO La hermana tornera volvió de nuevo y, al encon-"' 1rarse con la niña, un tanto molesta, le dijo: -Niña, ¿ no sabes que las religiosas están en ora– ción y que el silencio les es necesario? La campanilla no es para que tú te diviertas! sino para llamar cuando es imprescindible. -Lo sé perfectamente-repuso Rosa-, y por eso precisamente he llamado. -¿ Qué es lo que deseas ?-preguntó la hermana in~ trigada por aquella forma <le hablar en una niña de tan pocos años. -Quiero-co_ntestó Rosa-ingresar en este conven- to para servir en él a Dios. La hermana se echó a reír. -¿ Tú ser religiosa? Pei:o ¿ cuántos años tienes? -Siete-contestó la niña con extremada sencillez. -¿ Y con siete años quieres vestir nuestro santo há- bito y practicar las austeridades de nuestra regla? Vete a casa de tus padres y no seas inocente. Seguramente que alguien, por reírse de ti, te ha mandado con tan . peregrino encargo. -No, hermana; no he sido engañada. Es Jesús el que me ha mandado llamar a esta puerta ... La hermana, conmovida por tales palabras en labios de una niña de tan tierna edad, la pasó al locutorio y corrió á llamar a la l\!Jadre Abadesa. El encuentro en– tre Rosa_ y la Abadesa fué emocionante. Se habló de la gran merced que Dios hace a quienes llama para ser sus esposas en la soledad del claustro ; de los sacri-– ficios que en él hay que practicar; de las privaciones
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