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(20 ESTRELLAS EN EL CIELO Imelda no apartaba los ojos del Sagrario. Llegado et momento de la Comunión, las religiosas se fueron acet-– cando de dos en dos a recibir el Pan de los Angeles.. Imelda se levantó también y se acercó al comulgatorio, y con los ojos más que con los labios volvió a repetir la súplica de siempre. VJóla el sacerdote y, con el ri– gor de siempre, le dijo: «Eres aún muy niña.» Fué un momento de amargo desconsuelo para Imelda. Siro poderse contener comenzó a llorar amargamente. Pero el cuadro no duró mucho tiempo. Jesús, que da de comer a las avecillas del cielo, quiso también· saciar de una vez el alma enamorada de su fiel sierva. Del copón voló una Hostia consagrada y se fué a poner junto a los labios de Imelda. Un resplandor celestial rodeó a la feliz niña. Las religiosas, sobrecogidas de un temor reverencial, se postraron de rodillas sin saber qué hacer. Pasados unos momentos, una de ellas se acercó al' saceróote, que estaba terminando de celebrar el Santo Sacrificio, y le comunicó el milagro. El sacerdote creyó que se trataba de una ilusión monjil y siguió tranqui– lamente rezando las últimas oraciones; terminadas és– tas se volvió y quedó sobrecogido de temor: un res– plandor celestial le cegó los ojos. Con el corazón opri– mido y reprochándose a sí mismo la dureza que había usado con la angelical niña, se acercó reverente; se puso de rodillas y, con la emoción que es de suponer, cogió la Sagrada Forma y la colocó en los labios de Imelda, que parmanecía en un profundo éxtasis. Fué un momento de cielo en la tierra. Imelda, al
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