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Si\NTA Ci\TALINi\ DE i\LEJANDRÍi\ 100 tado mi ciencia. Y o no puedo aceptar la proposición que me hacéis, pues tengo hecho desde muy niña·voto <le virginidad. Mi Esposo es Jesucristo, ese del cual dije e.n mi disertación que era Dios-Hombre. Maximiano, al oír semejantes palabras y sin acor- · ciarse de la suavidad con que había tratado de ganar el corazón de Catalina, gritó fuera de sí: -¿ Luego es verdad que rechazas el ofrecimiento que te hago? -Mi voto de virginidad y la fe que profeso me im– piden r1ceptarlo. -¿ No sabes· que tengo en mis manos toda clase de tormentos para obligarte, si es preciso, a acceder a mis deseos? ---El cuerpo podréis vencerlo, pero no el alma, que es libre,,. -¡ Ahora lo vas a ver !'.-gritó Maximiano-. ¡Sol– dados, traed la máquina de cuatro ruedas que se ha hecho para castigar a los grandes criminales !... Ante los ojos horrorizados de Catalina apareció el horrible artefacto. Estaba hecha la máquina de cua– tro ruedas, todas ellas erizadas de cortantes cuchillos, de tal forma dispuestos, que en el mismo momento en que el cuerpo tocaba en ella quedaba completamente destrozado. Acercaron a la valí.ente\ joven a las ruedas y, en el mismo momento, la máquina saltó hecha añicos.
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