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i08 ESTRELLAS EN El, CIELO Calló Catalina y Maximiano, levantándose brusca– mente, preguntó a los filósofos: -¿ Qué decís a los argumentos que acaba de aducir esta joven? Los cincuenta filósofos enmudecieron; en– tonces, el Emperador acudió al argumento del terror y de la fuerza, que es al que apelan con frecuencia los po– derosos cuando se ven vencidos por la verdad. Mandó encender en el patio del palacio una gran hoguera y arrojar en ella a los cincuenta filósofos, acabando así con ellos y con su menguada ciencia. El triunfo conseguido por la joven cristiana pre– ocupó al Emperador mucho más que los más intrin– cados negocios del imperio, y pensó, para poder sa– lir de tal apuro, traerla de nuevo a su presepcia. Cuan– do la tuvo delante, le habló así.: -•Catalina, yo soy el primero en reconocer tu gran inteligencia. El acto que hace muy pocos días tuve el gusto de contemplar es m{is que suficiente para c;on– vencerme de ello. Y hoy te llamo para manifestarte un deseo que hace mucho tiempo abrigo en mi corazón, pero que desde el día en que te vi salir airosa de la disputa con los mejores filósofos del imperio se ha con– vertido e.n verdadera ansiedad. ¿ Tendrías reparo en unirte parn siempre con el Emperador? Tu gran talen••· to y tu extraordinaria hermosura merecen esta dis– tinción. -Señor--contestó Catalina-, mal habéis interpre-
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