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SJLVERIO DE ZORITA ledad para entregarse a la oración: Eran éstos los momen– tos más felices para su alma y gustaba de gastar en tan santo ejercicio las noches enteras. Pero aquel día había él mismo mandado atravesar el lago; ¿ cómo a última hora se retiraba dejando a sus apóstoles sumidos en la mas gran~ de intranquilidad? El mar comenzó a picarse. Un :viento huracanado difi– ~ultaba el avance de las barcas. El peligro fué creciendo~ y• en :vista de que Jesús no aparecía, Pedro dió orden de navegar a toda. :vela. Pero el :viento era tan violento, que Pedro y sus compañeros, a pesar de estar tan avezadosv tX>menzaron a temblar. Les faltaba el Maestro, y esto les :wobardaha en extremo. Hacia las tres de la mañana '."i.eron venir hacia ellos una espede de visión que andaba sobre las aguas sin hun– dirse. Era Jesús, que, una vez más, les iba a dar un lec– ción de fe. Ellos, medio adormecidos y cansados por el largo trajinar, creyeron que se trataba de un fantasma y eomenzaron a gritar desesperadamente. -¡Un fantasma! ¡Un :fantasma!'... Como todas las personas miedosas, creyeron ahuyenta1· el peligro dando voces; pero la visión, lejos de huir con los gritos, siguió avanzando hacia ell'os. Cuando sólo unos me– tros de agua les separaba de la temida visión, Qyeron cla– ramente la voz de Jesús, que les dijo : -'Tened confianza; soy Yo, No teng!iis miedo. Pedro, al reconocer la voz del Maestro, gritó desde la barca: -Señor, si eres Tú, mándame ir hasta Ti sobre las aguas. Todavía no eétaha completamente convencido de la rea– lidad, 1 pe:ró sabía perfectamente que si era el Maestro y le-

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