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68 S1LVERIO DE ZOR'f,TA hrado a luchar con las tempestades y las olas, no tembló ante las dificultades... Lo mismo pensaron los demás. Su imaginación orien– tal les hizo creer que aquello no pasaba de ser una de tantas pruebas a las que había de estar sujeto el reino del Mesías. La guerra había sido siempre el palenque de los grandes conquistadores, y el Mesías, el conquistador por antonomasia, no se podía concebir síno como un gran gue– rrero. Los libros sagrados estaban llenos de sentencias sobre el carácter belicoso del Mesías... Y .los grandes personajes del pueblo de Dios habían sido famosos guerreros. Abrahán, Moisés, Gedeón, David, los Macabeos... ¿Qué habían sido sino valientes soldados a los que Y ahvé escogió 1 para liber– tar a su pueblo? Jesús, según todas las probabilidades, era el Mesías es– perado, y ellos sus generales. No importaba que fuesen ~encillos pescadores; Moisés había sido elegido caudillo del pueblo de Dios cuando estaba apacentando las ovejas de su suegro Jetró. Gedeón, cuando estaba cribando e.l trigo en la era: David, cuando apacentaba las ovejas de su pa– dre... ¿Por qué, pues, ellos habían de ser menos que aque– llos famosos _guerreros? Además, el que había calmado la tempestad y limpiado de la fiebre a la suegra de Simón, ¿no podría hacerles a ellos, en un n1.omento, los 111.ás diestros generales de la tierra? Pedro expuso a Jesús todos estos pensamientos un poco orgullosamente. Los demás se hicieron eco de sus pala– bras,- y allí mismo se dispusieron a cumplir la difícil misión que se les acababa de encomenda1·. BaJaron, pues, de dos en dos por la ladera pedregosa, más alegres que nunca, y se desparramaron por las aldeas y ciudades cercanas con

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