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B A J O E L A N l L L O D E L P E S C A D O R 65 ,que es nuestro padre. Jamás nos ha consentido pasar la no– ,ohe fuera de casa. Así que hasta mañana. Que Yah:vé 011 ;guarde. --El sea con vosotros--contestaron Simón y Andrés. En los patios ladraban los perros. Al día siguiente, apenas salió el sol, Simón sintió lla– ;tnar a la puerta con golpes 1·epetidos : .eran algunos discípu– ifos que· habían madrugado más que él. Simón salió rápidamente, y al verlos, les preguntó mi ,tanto avergonzado : -¿ Pero cómo habéis madrugado tanto? ~Queremos :ver cuanto antes al Maestro-contestó, en nombre de todos, Juan. Envueltos en largos mantos, se dirigieron con paso apre– ,surado al lugar donde había quedado el Maestro y escala, rnn la pequeña montaña, iluminada ya por los rayos del :;,;ol. Simón iba el •primero. Su respiración, fatigada por el ,subir de la cuesta, le obligó a amainar el paso, pero su ·gran amor le hizo olvidar muy pronto el aviso de sus pul– 'mones. Se acercó silenciosamente, como con miedo de tur– bar a ·Jesús en su oración. Pero ¡cuál no sería su sorpresa ,cuando le vió con el rostro resplandeciente! -Pronto habéis venido-les dijo Jesús, al verlos. -Señor-respondió Simón--, el sol ya hace :tiempo que -alumbra la tierra, y está mal que un israelita ;no se levan- te antes que el astro del día. - Veo que me seguís con fidelidad, que las maravillas que realizo os atraen; 'Pero más que todo eso quiBiera que. ,os atrajese mi amor. Vosotros sois mis amigos, mis íntimos.

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