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VIII nsABON vario, días ,in que Jesús y sus d;,cipulo, más ~ªíntimos apareciesen por Cafarnaún. La gente, curio- sa y egoísta, venía todas las tardes a casa de Simón preguntando por los desaparecidos, y siempre recibían la misma respuesta: <eNo sabemos nada de ellos.» No obstan– te, la fama vocinglera siguió extendiendo el. nombre del pro– feta de Nazaret por las pro:víncias de 'Judea y Galilea. -Es un taumaturgo-decían unos. -Debe ser el Mesías prometido por Yahvé a nuestros padres-añadían otros. Y las opiniones más dispares y atrevidas circulaban por todas partes. Pero si eran grandes las divergencias acerca del Maes– tro, no lo eran menos sobre los discípulos. La imaginación oriental de aquellas gentes se sentía a sus anchas divagan– do sobre el porvenir de aquellos pescadores ilusos de Ca– farnaún, que, en un momento de obcecación, habían deja– do su negocio y su famHfa por seguir a un hombre que, en resumidas cuentas, nadie sabía de cierto quién era. Los más maliciosos se reían del Profeta y de sus seguidores y auguraban 1para aquella sociedad de aventureros los, más inminentes descalabros. El castillo de Maqueronte había cobijado a agitadores wenos peligrosos, sin duda, que el

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